El Club de Lectura Zenobia comenta "El jardín colgante"
EL JARDÍN COLGANTE
PATRICK
WHITE
La obra que comentamos hoy en el
club me ha parecido una novela magistral, salida de una pluma experta, decidida
y atrevida en su magnífica forma de narrar.
Se encuadra dentro de las llamadas
“novelas de iniciación”. Dos niños que van entrando paulatinamente en la
adolescencia, descubren el mundo de los adultos y construyen el suyo propio en
un jardín que cuelga sobre el abismo. El telón de fondo lo constituye la
Segunda Guerra Mundial. Irene, una niña griega; y Gilbert, un muchacho inglés,
son los protagonistas de la historia. Abandonados en Sidney por sus
progenitores -la madre de ella y el padre de él- caen en manos de cuidadores devorados por los
prejuicios y los escrúpulos, y ambos han de enfrentar una vida que define
perfectamente el narrador en la página 12 “la niña sentía que ella si estaría
perdida definitivamente.” También Gil es un muchacho perdido entre la
hipocresía, el cansancio y el silencio opresor de los adultos.
La novela arranca con el
descubrimiento de la muerte de Gilbert. Y no se refleja sólo el dolor, sino
también la incomprensión y la rabia, ya que el que pierde la vida en un
bombardeo es otro niño, Nigel, el mejor de amigo de Gil. La muerte afecta no
sólo a los que se van, sino también a los que se quedan. En la página 14 el
niño dice “Yo, Gilbert Horsfall, estoy muerto.” Y es que los protagonistas
sienten esa muerte existencial que supone estar inmersos en un universo nuevo
que más que aceptarlos los excluye, con las aptitudes, los intereses, y las
enconadas luchas verbales de los que los rodean. Así también el monólogo interior de Irene, que
vertebra toda la novela, alcanza el clímax cuando afirma “Eirene está muerta.
Soy Irene, Renie, cualquier cosa que este paisaje australiano dicte” (página
123).
Los dos niños evaden este
sentimiento de desconsuelo, construyendo en un jardín devorado por la maleza,
un refugio en la copa de un árbol. Desde lo alto, son capaces de edificar una
visión elevada de la vida. En este espacio íntimo, su propio paraíso, será
donde Irene encuentre “el pneuma” y Gilbert su verdadera circunstancia, sin
disfraces, sin mentiras. Ambos asisten, situados sobre el abismo, al encuentro de
sí mismos, despojados del sedimento triste de la vida, sintiendo una quietud
que se parece a la felicidad tantas veces soñada.
Otro de los temas fundamentales de
la obra se basa en la construcción de la identidad de los personajes
protagonistas. Irene recibe diferentes nombres por parte de los adultos “Ireen,
Renie, Irene” y es que cada uno la concibe según sus barruntos o sus vislumbres
que son siempre desacertados. Para ellos, que ya están sometidos a ideas
estereotipadas, la niña es la negra, la hija del comunista griego, la hija de
una viuda burdelera que la ha abandonado. Eirene es el personaje, al igual que Gil,
sobre el que van volcando sus prejuicios, su odio, y su indiferencia.
El amor y la sexualidad incipiente es
otro de los temas fundamentales de la novela. Los dos descubren este sentimiento
juntos. Cuando Eirene está con Gil deja volar su imaginación y lo siente como
un amor vivo y a la vez inasible. El chico también encuentra en ella esa
compañera a la que empieza a querer, porque es la única capaz de entenderlo y
ayudarlo a subsistir.
Pese a ser una novela inacabada, me
ha resultado una unidad en sí misma, con una prosa impecable y un trazado
psicológico de los personajes perfecto. Los diferentes puntos de vista del narrador
van permitiendo al lector entrar en cada uno de los personajes para conocer sus
pensamientos. En definitiva, El jardín
colgante es una novela de aprendizaje, de reflexión, de vidas truncadas por
una guerra absurda que lo ocupa todo, y aumenta los vacíos existenciales, los
miedos y mata irremisiblemente los sueños de dos seres que despiertan a la vida,
sabiendo de antemano que hay promesas que no se cumplen.
JOSEFINA SOLANO
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